domingo, 7 de marzo de 2010

Sesión de tarde en el Lliure (díptico)

Cuando tenían veinte años, los poetas coetáneos de la mayor parte de espectadores de la sesión de tarde ensalzaron los referentes culturales como emblema del significado poético. Gimferrer (1945) publicó Arde el mar en 1966. Aunque el culturalismo hubiera nacido un siglo antes, en toda Europa esta generación lo abrazó como seña de identidad. Cincuenta años después —eso suele tardar una idea innovadora en divulgarse—, la sociedad se ha acostumbrado a pensar los significados simbólicos en clave histórica y cultural. De hecho, es lo que prefiere: basta ver la lista de novelas de la temporada. Vivimos una cultura culturalista.
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De ahí, también, que en absoluto se haya equivocado el programador teatral al pensar que el público disfrutaría y entendería tan bien el intrincado diálogo entre Descartes y Pascal joven. Un Descartes que rebosa sentido común —incluso pragmatismo— y un Pascal obcecado por el fanatismo religioso. Un Descartes que siente el fétido aliento de la muerte acercarse, y lo acepta; un Pascal ebrio de retórica funeraria, que se revuelve en el ataúd de su propia vida. ¿Y quien nunca creyó que el mar ardiera...? Sucumbe ante la seducción de los nombres y sus símbolos; vive un culturalismo sin soñar alternativas.