domingo, 4 de agosto de 2013

Becqueriana / 26


Las aguas del puerto mecen las barcas con el cuidado que pondría una madre primeriza al acunar a su bebé. Cunas son también las embarcaciones, que se dejan balancear y les gusta cuando una ola chapotea en popa y las empuja contra las defensas de sus compañeras de amarre. Los cabos se tensan y destensan en un ejercicio con el que mantienen su trenzada musculatura. Al llegar la noche, la luz de la luna vuelve a pintar los cascos con el color nacarado de la oscuridad que, tras esta apariencia, oculta una navegación verdadera. En el sueño de los amantes.