sábado, 7 de septiembre de 2013

Erin / 1 Tara


La colina de Tara señorea en la llanura con el verdor de sus laderas. El idilio que mantiene el prado sin fin con los cielos de piedra eleva su altura, o quizá sean las nubes que en su tránsito se inclinan para tumbarse sobre la hierba. Como en ningún otro lugar la historia es aquí tan presente como invisible. No quedan sillares truncados ni altas cruces, solo surcos circulares donde se alzaron las empalizadas con sus signos. Un dibujo infantil sobre una cartulina arrugada. Y como niño que busca un duende, me descalzo para sumergirme en el verde, incansable, oleaje.