sábado, 23 de julio de 2016

Becqueriana / 92


Velo el sueño de mi dama. Escucho su respiración tranquila y soy el caballero que, con la armadura encajada y el yelmo cerrado, se arrodilla junto a su lecho. En una mano sostiene la lanza y en la otra un pañuelo bordado con encajes que tomó de ella como prenda. Nada se acercará a perturbar el sosiego, me digo con acento de otro siglo. La noche será el castillo de silencios que lo defienda y mis ojos los fieles, y feroces, guardianes. Al rato me quedo dormido, y menos mal que la armadura no retumba al caer sobre el colchón.