jueves, 13 de octubre de 2016

Becqueriana / 94


La tarde se aquieta con sus ocres y azules de acuarela. Muerdes una manzana sentada en un peldaño de la escalera. Ha dejado de llover y el sol asoma su timidez otoñal mirando de reojo entre las nubes tus piernas descubiertas. La brisa aletea en tu falda. He abierto el caballete sobre la hierba, he colocado un lienzo, sostengo la paleta en la mano izquierda y con la derecha alzo vertical el pincel, delante de los ojos, para captar el lugar exacto en el que voy a pintarte. Y cuando acabe, colgaré el cuadro en las paredes de la memoria.