lunes, 28 de mayo de 2018

Becqueriana / 135



Al atardecer leemos en voz alta lo que Emily ha dejado escrito: «La lámpara, dorada, sigue ardiendo / sin saber que el aceite se agotó». Te has vestido de blanco y yo simulo un uniforme de cartero. A Emily le gusta contemplar la realidad desde la mirada que cualquiera ve que está mirando. «Expulsarme a mí misma de mí misma. / ojalá yo supiera». Y el té. Tomamos té verde con bizcocho de zanahoria sobre un mantel bordado. Servilletas de tela. Notas de piano melancólico. Nos miramos, sonríes mientras recito: «Mínimos ríos, dócilmente, a un mar. / Mi Caspio, tú».

jueves, 24 de mayo de 2018

# 596


El silencio es la marquetería geométrica de un marco. El paspartú y el cristal. Un lienzo doblado en el cajón de un armario, un grabado traspapelado entre libros que solo acumulan polvo, una fotografía arrugada. Como caminar y no oír los pasos, tamborilear sobre el vaso de cristal y no apreciar el tintineo, posar la taza sobre el plato tras el primer sorbo en una película muda. El silencio es el amante de los sonidos que rescata el lienzo, el grabado o la fotografía y los enmarca y los cuelga. Quien permite escuchar la cotidiana sinfonía de mínimas, esenciales, resonancias.

lunes, 21 de mayo de 2018

# 595


Jersey de lana. El pañuelo en la cabeza. Botas con lunares de barro seco. Un cielo nuboso, gris por un costado, más oscuro hacia el norte. La lluvia fina, casi imperceptible, da brillo a las piedras comunes convirtiéndolas en minerales con algún prestigio. Después de contemplar el horizonte, y leerlo, bajo la vista. La tierra aún conserva el helor de la noche cuando me agacho a rozarla, áspera, dura. En las plantas busco los brotes que ya presienten la estación que no se ve y compruebo su salud con un leve asentimiento. El gesto que reconforta. Un día de invierno.

jueves, 17 de mayo de 2018

# 594


Hay un paisaje oculto en el paisaje. Contemplo los campos labrados, el pinar, el viejo molino, los prados. Hay una piel sensible debajo del vestido de la luz. Una vida secreta de raíces y rocas, de corrientes de agua, de animales que en su ceguera ven. Lo imagino sentados en un peñasco, con la vista tendida sobre el horizonte y las manos en olvido. Un manantial de sustancias del que se nutren los verdes y la policromía que los enriquece. Una tierra que me gusta acariciar con los pies cuando camino. Con la que me alumbro si cierro los ojos.

viernes, 11 de mayo de 2018

Maga Losnay, dietario # 593


Se vive, sobre todo, en los intervalos. Instantes que se desprecian entre dos momentos importantes, como si el reloj los distinguiera con un sonido entre las campanadas. Una conversación sutil que de camino se entretiene en los márgenes, no en el avanzar. ¿Dónde vas?, a veces alguien pregunta. Voy. Es la única respuesta. Ir es la meta, no llegar. Cocinar resulta tan reconfortante como comer. Vestirse tan excitante como salir. Contemplar al atardecer el paisaje desde la ventana, en silencio, entrega más conocimiento que oír un televisor sintonizado a todo volumen. Interludios, lapsos: el envoltorio del tiempo es el regalo.

domingo, 6 de mayo de 2018

Cuaderno de instantes



Cierro la libreta, el lápiz rueda por encima de la tapa, cae a la madera de la mesa con un ligero rumor y cuando ahí se detiene me doy la vuelta y continúo escribiendo. Con los pasos, al caminar por la estancia; con el cuerpo, al echarme en el sofá de contemplar estrellas. Escribo, brazos en alto, con las manos. Palabras, versos, poemas. Una caligrafía delicada que recoge con fidelidad la pared donde la luz de la lámpara se proyecta, aunque la desmemoria del aire que la escribe impida que se la aprenda. Igual que lo escrito en el papel.

jueves, 3 de mayo de 2018

Calambur noctívago



Un lenguaje de escalofríos. Delicada escritura de dedos nómadas cuyos manuscritos no conservan palabras sino temblores allí donde el lector lee. Una grafía de labios que inscribe en la piel oscilaciones del cuerpo que solo el cuerpo decodifica y comprende. Haz de significados cuyos signos varían y se inventan cada día, a cada momento. Una lengua de estremecimientos. La del susurro de las manos al caligrafiar sensaciones en el papel de los sentidos. La del trazo del pincel de las caricias que recorre el país del recóndito silencio. La de los acentos petrarquistas cuando inspiran las sílabas de un gemido.